Un día común me levanté, salí a la calle como siempre y por mi barrio oía la historia diciendo cosas, trajinando, yendo a la escuela con libretas y manejando viejos autos. Llegó un amigo y me pidió una canción, un compromiso: tenía que decir lo que no hay, cosa por cosa con palabras, y cada sueño que se usa para suplir lo que nos falta. Podría empezar a enumerar cientos de bienes de intercambio, cosas pequeñas sin valor y otras más útiles y vivas. Podría decir que el jabón a veces se demora un poco o que para ir a un restaurant, siendo el país tan tropical, si no es con traje no puedes entrar. Quieren que diga que en el país de las semillas falta el pan y los vestidos. Quieren que cuente en cuatro líneas nuestra fe. Quieren que diga las palabras 'que no hay'. Este país, óiganlo bien, es el país de las arañas, se siembra un terrón de tierra y un día crece una montaña. Los sembradores van desnudos sin pedir pan ni pedir agua. Lo que hay no es lo importante, más importante es los que habemos, aunque lo que no hay hace polvo como de gran caballería. Somos la ley que resucita, nuestros despojos, nuestra vida.