Murió en su brazos, tan solo.
Murió viviendo en soledad.
Peleando guerras que no eran las de él.
Mil batallas ahora cubren su piel.
Pasó el tiempo, se olvidó de su hogar,
todo su sueño era conquistar.
Decir su nombre a todos hacía temblar,
con esa espada dispuesta a desangrar.
Pero un día volvió a su ciudad,
no como héroe sino a verla derrotar.
Y avanzo hacia su destrucción,
pero su pueblo muy duro resistió.
Derribado por una lanza mortal,
corrí al encuentro del rostro de la maldad.
Saqué mi daga en su pecho la hundí,
mis ojos tristes no podían resistir.
Y lloró, y gritó
frente a aquel hijo que ahora le pide perdón.
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