Servando Cardoso el nombre
y No Calandria el apodo;
no lo sabrán olvidar
los años, que olvidan todo.
No era un científico de esos
que usan arma de gatillo;
era su gusto jugarse
en el baile del cuchillo.
Cuántos veces en Montiel
lo habrá visto la alborada
en brazos de una mujer
ya tenida y ya olvidada.
El arma de su afición
era el facón caronero.
Fueron una sola cosa
el cristiano y el acero.
Bajo el alero de sombra
o en el rincón de la parra,
las manos que dieron muerte
sabían templar la guitarra.
Fija la vista en los ojos,
era capaz de parar
el hachazo más taimado,
¡Feliz quien lo vio pelear!
No tan felices aquellos
cuyo recuerdo postrero
fue la brusca arremetida
y la entrada del acero.
Siempre la selva y el duelo
pecho a pecho y cara a cara,
vivió matando y huyendo.
Vivió como si soñara.
Se cuenta que una mujer
fue y lo entregó a la partida;
a todos, tarde o temprano,
nos va entregando la vida.
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